¿Con buenas intenciones se hacen muestras y festivales?

Un buen festival de cine es cuando el público no alcanza a ver todas las películas.

Luis Ospina

Juan Guillermo Ramírez

Investigador, crítico de cine. Programador de la Cinemateca Distrital de Bogotá

ficci52Es tentador hablar de Colombia y referirse a ella como a una gran ciudad a la hora de escribir sobre sus festivales y muestras de cine. Referirse a su variada y diversa población y todos esos detalles que —con la distancia de la no descartable mirada turística—, la convierten en algo cercano a ese paraíso que, parodiando a Jorge Luis Borges cuando lo definía, ya no sería lo que es una gran biblioteca sino una gran pantalla en donde habitan las imágenes en movimiento, o si se quiere, a una metrópoli de sueños posibles.

Pero los festivales y muestras —de ahora en adelante denominaré “las festimuestras” sin querer dejar en el ambiente algo despectivo— de cine sintonizan con esas otras posibilidades de la sorpresa, porque más allá de la calidad de la selección en sus programaciones, lo primero que impresiona favorablemente es, cuando verdaderamente lo hay, el envidiable entusiasmo del público.

La inquietud pareciera responder tanto al espíritu de una ciudad (país) cosmopolita, con todas sus posibles orientaciones étnicas pero que no alcanza a esquivar la idea común de que no hacemos más que mirarnos el ombligo. Ya sea por moda o interés real (da un poco lo mismo; lo importante son las acciones), existe una intensa preocupación por entender el estado del arte fílmico colombiano y mundial, buscando elementos unificadores entre tantas diferencias, tratando de identificar al ser humano detrás de los maquillajes de la raza, las costumbres y los idiomas. Pero todo brillo esconde hilos de sombra y el costado problemático de esta orientación global es que permite la sobrepoblación de películas que explotan las identidades locales con propósitos de exportación. Hablando un poco de sus programaciones, así como se seleccionan películas no importa de qué país que usufructúan tanto de los conflictos políticos como del realismo mágico, cintas que parecen esforzarse por entregar un mensaje, más que en construir arte basado en la honestidad, así también están aquellas escogidas para sacudir a la audiencia. Películas que partiendo de premisas muy diferentes, intentan impresionar a un espectador cada vez menos impresionable. Otras programaciones se acercan cada vez más a los cruces de disciplinas y formatos. Tratando y hasta logrando un posicionamiento radical, un flujo natural que va reforzando el perfil de la muestra o festival independiente, con una importante cabida para los experimentos creativos. Algunas “festimuestras” cambian la forma al reestructurarse en su programación para evitar la sensación de un mar imposible de navegar. Fundamentalmente, tratan de reducir la cantidad de secciones, muchas de las antiguas pasan a ser subsecciones de las nuevas… es decir, se ordenan en el papel pero el océano sigue siendo vasto.

El problema del conocimiento o la formación de públicos

festicaliEste debate se sustenta sobre una serie de pilares como el fenómeno de la comprensión como modo de ser en el mundo y en la historia; el carácter irreductiblemente lingüístico de nuestra relación con el mundo y con los demás; la conciencia de la finitud tanto de la voluntad como de la comprensión. Pero, ¿cuál es su propuesta? Intentar rescatar un modo de saber moral aristotélico, un “¿qué hacer con los públicos de las festimuestras?”. Buscar la recuperación del diálogo humano y por ende del debate público, sobre las diferentes temáticas planteadas en y por el cine; es decir, intentar recuperar el juicio reflexivo. Realizar un serio diagnóstico de su situación actual, destacando que la praxis ha sido olvidada. Valdría la pena postular la necesidad de salir del contextualismo típico de nuestra época sin caer en un objetivismo y de esa manera ver a qué tipo de universalidad podemos llegar.

Hans Georg Gadamer, el filósofo alemán, afirma, y sería válido aplicarlo en este espacio de reflexión: "…No está en cuestión lo que hacemos ni lo que debiéramos hacer, sino lo que ocurre con nosotros por encima de nuestro querer y hacer".

Se puede manifestar que la verdad de una “festimuestra” es tanto ocultación como des-ocultación del logos, del conocimiento; además, en tanto la develamos (a la verdad), se mantiene una cierta tensión interna, lo que a su vez conlleva a investigar sobre la capacidad interpretativa generadora de sentido y la conciencia de la alteridad radical. Ese es, en últimas, el problema del conocimiento. Porque la comprensión no es uno de los modos de comportamiento del sujeto, sino el modo de ser del propio estar ahí. Comprender no quiere decir seguramente tan solo apropiarse una opinión trasmitida o reconocer lo consagrado por la tradición.

Una de las vías más tradicionales de acercamiento a nuevos públicos ha sido, son y ¿serán? los cineclubes. Pero ahora pareciera que comienzan a crear sus propios espacios de existencia las muestras y los festivales que se realizan en casi todo el país. Caracterizados por mantener unas formas y métodos comunes de programación, exhibición, debate y promoción, “las festimuestras” cultivan una particular cinefilia sin ambiciones comerciales. Las programaciones tienen un sentido pedagógico y deliberativo; las funciones, en algunos casos, siempre tienen una introducción con información pertinente a cada película, y terminada la exhibición, se propone un debate animado, participativo y crítico. Las funciones están anunciadas en folletos con información de cada filme o de la programación general. Esta dinámica se ha reforzado por la publicación de memorias, de revistas de la “festimuestra” y por un nada desdeñable papel de punto de encuentro social. En Colombia, las “festimuestras” se han convertido en un espacio al que el historiador cultural Raymond Williams denominaría «estructuras del sentir»; es decir, comunidades que reúnen no solo a nuevos grupos de cinéfilos, sino a también a artistas, estudiantes, universitarios y nativos.

La incidencia de las “festimuestras” está llegando a la esfera de las políticas públicas de las ciudades donde se realizan.

Hacia un deber ser de las “festimuestras”

Inmersos como estamos en una sociedad donde la educación formal y los medios de comunicación masiva no favorecen la formación de públicos y donde las instituciones culturales carecen de una política pública en torno a este propósito, los pocos esfuerzos realizados en esta dirección deben reconocerse y estimularse.

festicol2012Los medios audiovisuales se han imbricado con tal fuerza en la vida cotidiana de los sujetos, que constituyen un elemento esencial en la configuración de las relaciones y las subjetividades sociales. Potentes estructuras socializadoras en tanto vehículos de intercambio, expresión artística, espacio de entretenimiento y transmisión de ideología, sus efectos en la construcción de la realidad reafirman de forma creciente la necesidad de encarar los retos formativos que esta abrumadora influencia impone. Paradójicamente, durante mucho tiempo los medios, pese a su importancia socializadora, no ocuparon un lugar central en las instituciones de enseñanza. Los esfuerzos formativos descansaban en agencias sociales tan arraigadas y sedimentadas como la escuela y la familia. Sin embargo, el desarrollo de las nuevas tecnologías de la comunicación, la accesibilidad y centralidad que han ido adquiriendo, imponen la certeza de que estos no constituyen un elemento complementario. De hecho gran parte de los conocimientos adquiridos provienen de los medios. “Escuela paralela” que ha puesto en crisis, no solo la educación en su concepto tradicional, sino otros cimientos de nuestras sociedades como la visión de la vida, la cultura, las relaciones familiares, el ocio, el consumo y unos extenuantes puntos suspensivos.

En este contexto la preocupación por alcanzar una formación de públicos de calidad, dirigida a formar individuos capaces de enfrentar los nuevos y cambiantes retos audiovisuales, ha hecho que el asunto sobre la educación para los medios audiovisuales gane relevancia. Especialmente la promoción de acciones cuyo objetivo sea dotar a los ciudadanos de todo un conjunto de recursos cognitivos que les permitan saber desenvolverse en un espacio audiovisual, inundado de mensajes e imágenes que escapan a su control y evitar así la condición de vulnerabilidad y precariedad producida por lo que denomina Peter Greenaway como el analfabetismo audiovisual. En síntesis, y ese es el norte al que deben apuntar las “festimuestras”, es alcanzar a formar personas aptas para interactuar con los medios de una manera responsable, reflexiva y atrevida. Tal como nos sugiere Humberto Eco, hacer “del lenguaje de la imagen una provocación a la reflexión crítica, no una invitación a la hipnosis”.

Esto nos introduce en el tema del espectador crítico, concepto que nos habla de la necesidad de lograr formar públicos que tengan una visión abarcadora de las particularidades de los medios con que actúan, las funciones sociales que cumplen, cómo se elaboran sus productos, las intencionalidades ideológicas o económicas que movilizan y representan. Ello supone un conocimiento de lo audiovisual tanto desde el punto de vista estético y técnico, como el de quién lo produce y controla, a quiénes va dirigido, con qué fines y en qué contexto.

Alcanzar a formar una conciencia crítica; potenciar la capacidad para interpretar, intercambiar, elegir y delimitar los productos audiovisuales a consumir; reconocer el papel primordial que tienen los medios en las sociedades actuales y su trascendencia desde un punto de vista histórico en su conformación, son propósitos centrales, cuando hablamos de formación crítica para el desarrollo de nuevos públicos en el audiovisual colombiano.

Lograr reunir información sobre las diferentes iniciativas para la formación de un público crítico que se emprende hoy en el entorno del audiovisual colombiano y reflexionar sobre los logros, avances y obstáculos en este campo, es la intención de esta propuesta, lanzada a “las festimuestras”.

Formación de público para las artes audiovisuales

Retomo el tema de formación de públicos y precisamente ahora que la oferta cultural de las “festimuestras” se ha venido incrementando, parece necesario replantearse cómo se han acercado a sus públicos.

Desde qué esquemas los piensan y conceptualizan no solo al público implícito, sino a los aparente "no públicos de la cultura". Por definición, la cultura es participación y conjunto, la formación entonces de públicos para las artes y el "equipaje cultural" que adquiere un individuo en sí, proviene en primera instancia de la familia, para continuar en la escuela y abrir su perspectiva a otros espacios, bienes y lugares que les signifiquen, con ayuda, por supuesto, de otros públicos e individuos que conviven en su entorno. Así, los gustos, intereses, relación de los públicos con los bienes culturales, van formándose con una pléyade de conocimientos, referencias, significantes y significados, de ahí que aquello que les signifique a los otros, se convierta en un hábito de asistencia y pertenencia.

Las iglesias, los parques, las plazas, centros deportivos y otros de reunión comunitaria llevan ganada la batalla en eso. ¿Qué pasa con las casas de la cultura, los auditorios, las salas de concierto, los teatros, los museos, las bibliotecas? ¿Por qué no tienen el mismo nivel de significación para la población y cómo hacer que la mayoría de los públicos se las apropien? Algunos sociólogos y estudiosos de la cultura han afirmado que incluso los recintos culturales, su magnificencia y forma de operación, más que acercar a todos los públicos, los aleja, no se sienten convidados porque no se ha trabajado en habituar a estos públicos a una oferta artística pensada y planificada para ellos o bien se les excluye del derecho de su participación en la cultura.

<< Volver al 10° Festival de Cine Colombiano de Medellín