La mujer en el cine ecuatoriano contemporáneo: oficio, identidad y representación
Paulina Simon Torres
Periodista cultural, crítica de cine, articulista y editora para publicaciones ecuatorianas e internacionales. Programadora de la Cinemateca Nacional del Ecuador
Periodista cultural, crítica de cine, articulista y editora para publicaciones ecuatorianas e internacionales. Programadora de la Cinemateca Nacional del Ecuador
Hablar de la mujer como tópico en una naciente industria cinematográfica como la ecuatoriana obliga de algún modo a comprender que vivimos en una época en la que aunque parece que los roles ya no pertenecen a lo femenino o lo masculino, tenemos todavía una televisión que atenta día a día contra la igualdad de género, por no decir que promueve un trato denigrante hacia la mujer. Nuestra programación regular caracteriza a los personajes femeninos desde dos polos: el servilismo y la seducción.
Frente a este espectro el cine ecuatoriano contemporáneo, o, mejor dicho, muchas de las películas ecuatorianas de ficción y documentales nacionales, se han construido, con o sin intención, a partir de la renovación, reivindicación, reconstrucción de la mujer como personaje, como símbolo, como tema.
Tenemos una historia breve, de los últimos diez años, en la que las mujeres han sido en gran medida las protagonistas del cine nacional. Empieza todo con un grupo de productoras, directoras e historiadoras que ponen los cimientos para un momento como este en el que el cine ecuatoriano ha crecido en un 300 por ciento1 solo en lo referente a la producción fílmica y tiene además festivales de cine consolidados, archivos patrimoniales y proyectos de investigación, salas de cine alternas y escuelas de cine formadas y todo tipo de proyecto audiovisual conformado ampliamente por mujeres.
Nos interesa primero abordar el tema de la mujer en el cine ecuatoriano en relación con los oficios, antes que con las historias del cine, porque vale destacar que en nuestro país los procesos, para llegar a lo que ahora tenemos, han sido largos, complejos y rudimentarios. Pero siempre, y desde los inicios, las mujeres han encontrado en los ámbitos laborales del cine un entorno de igualdad, en el que no han sido discriminadas, ni relegadas. Las mujeres se han desempeñado en áreas creativas, técnicas, artísticas y administrativas en igualdad de condiciones con los caballeros. Y lo mismo ha sucedido en la política y la gestión cultural.
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Lisandra Rivera |
En referencia a la responsabilidad histórica y política que recae sobre los audiovisuales, una vez más nos referimos al caso de la televisión como un espejo empañado en el que nos hemos visto deformes, minimizados y caricaturizados como sociedad en los últimos veinte años. El cine, por su parte, ha propuesto nuevas lecturas posibles, ha reabierto expedientes, ha contado aquello que las historias oficiales apenas han dejado ver. Trascendente es el caso de la directora Fernanda Restrepo, una mujer que desde la tragedia familiar y su cine, pudo con su película Con mi corazón en Yambo (2011) contarle al país la historia de dos jóvenes desaparecidos en manos de la policía del Ecuador. Sus hermanos, dos chicos cuya desaparición ha sido una de las historias más conmovedoras, insólitas y macabras en los últimos veinticinco años en el país, se convierten gracias a este valiente documento histórico en una bandera de lucha contra la violación de derechos humanos y la impunidad.
La cineasta Carla Valencia hace su parte en el documental Abuelos (2010), una construcción de la genealogía familiar atravesada por el amor, pero también por la muerte, cuando recupera uno a uno los vestigios de su abuelo paterno torturado y desaparecido en la dictadura militar chilena.
Yanara Guayasamín |
Pasamos a la ficción y reconocemos en la directora y guionista Tania Hermida a una de las mujeres icónicas en el cine ecuatoriano de la última década. Sus películas Qué tan lejos (2006) y En el nombre de la hija (2011), además de ser esencialmente femeninas en su visión del mundo, han sido abanderadas del Ecuador internacionalmente. Qué tan lejos es hasta hoy la película ecuatoriana más taquillera que se ha hecho y que más tiempo se ha mantenido en cartelera comercial. Además, ha viajado tanto, a países tan distantes y a públicos tan diversos, que ha abierto una serie de posibilidades para el cine nacional de ficción. La importancia de la trayectoria de Hermida tiene relación también con el hecho de haber producido su ópera prima en un momento en el que no existía ningún tipo de fomento al cine. Apenas en 2006, después de estrenada Qué tan lejos, se aprobó la primera Ley de Cine en el Ecuador, que es la misma que está vigente hoy en día y gracias a la que existen un Consejo Nacional de Cinematografía y un Fondo de fomento.
La directora, que más tarde incursionara en la política, se involucrara en los debates para las leyes de cultura y ofreciera asesoría a la primera universidad estatal de cine y artes (que empezará a funcionar desde este año) ha estado en la mira de todos los actores culturales en el Ecuador luego de hacer un roadmovie en el que dos mujeres viajan por el Ecuador, país extraño, un poco ridículo y pintoresco y de contrastes sociales y de género criticables. En una metáfora de un país vacío de personas, de acontecimientos y de sentido, las mujeres encuentran en sí mismas la fortaleza para seguir el camino, rebelándose frente a su supuesto rol en la sociedad. Tristeza o Teresa, el personaje protagónico es la rebelde por excelencia que deja en claro que una mujer puede, aunque esté confundida, poner el punto final de la historia donde “le dé la gana”.
En la segunda película de Hermida, En el nombre de la hija, el sentido de liberación, independencia y solvencia intelectual está encarnado por Manuela, una niña que defiende el derecho a saber leer, a no diferenciar las clases sociales, a no excluir a los seres distintos y a la posibilidad de tener un nombre en el que esté contenida la esencia de ser una misma.
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Anahí Hoeneisen |
En general, podemos ver en el cine ecuatoriano contemporáneo bastante justicia hacia los personajes femeninos, retratados por hombre o mujeres. En los últimos años se aprecia una consistencia en la creación de protagonistas, heroínas o no, que viven de acuerdo a su generación, su edad, sus necesidades y su historia personal. Sean mujeres glamorosas o conflictivas, roqueras, punkeras o dealers, madres de familia o estudiantes universitarias, existe casi siempre un trato honesto, claro, verosímil y, ante todo, lejano a la reproducción de roles estereotipados o machistas.
Lucía (Leovanna Orlandini) en Mejor no hablar (de ciertas cosas), de Javier Andrade (2013), aparece frívola, perfecta y bella, en medio de un mundo que se derrumba a su alrededor. Aurora (Anahí Hoeneisen) en La llamada, de David Nieto (2012), es una madre aturdida por los cientos de malabares que debe hacer para cumplir con su trabajo, cuidar de su hijo, su perro, su hermana y su madre, mientras circula por una ciudad caótica en un auto dañado. Antonia (Paulina Obrist) en Sin otoño, sin primavera (2012), de Iván Mora, es una “gozadora”, completamente desenfadada, mujer fatal, rota por dentro. Jessica (Cecilia Vallejo) en Impulso (2009), de Matero Herrera, está sola, es diferente, se aleja y descubre en lo sobrenatural el único contacto posible con lo humano.
Y como último dato, en agosto de este año en Quito se filman simultáneamente tres largometrajes de directores y productoras mujeres, sumamente jóvenes, que encabezan el listado de las nuevas óperas primas de la cinematografía ecuatoriana: Ana Cristina Barragán, Gabriela Karolys y Micaela Rueda. Un trío que ya ha filmado cortometrajes, documentales y que ahora son los nuevos talentos en los que se posan los ojos de la cinematografía nacional y de la región.
Lo más relevante de este recuento es que la enumeración de personajes femeninos en sus entornos y con su problemática, así como la de productoras, guionistas, directoras, actrices, iluminadoras, fotógrafas, es cada vez más extensa e importante. La industria del cine ecuatoriano, que, según muchos debates, no se puede considerar aún como tal, sino apenas el quehacer cinematográfico o cada película como un hecho independiente, que agrupa poco a poco a varios gremios, es de cualquier modo imitable como un espacio de trabajo igualitario y como una práctica artística liberada de los clichés.
1 Desde 2007 hasta 2013 se han estrenado veinticuatro filmes de largometraje (once de ficción y trece documentales), según estadísticas del CNCine (Consejo Nacional de Cinematografía).
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